Una
vez que los liberales triunfantes encabezados por el presidente Benito Juárez
entraron a la ciudad de México el 15 de julio de 1867, el Ministro de Justicia
e Instrucción Pública don Antonio Martínez de Castro dispuso, por instrucciones
presidenciales y dentro del marco de la Ley Orgánica de Instrucción Pública,
que se formara una comisión, encabezada por don Gabino Barreda, para reformar
la educación media. Ilustre
médico poblano, don Gabino Barreda había escuchado en Francia las conferencias
de Augusto Comte y, entusiasmado por la filosofía positivista, encontró en ese
momento la valiosa oportunidad de ponerla en práctica.
La
Escuela Nacional Preparatoria inició sus labores el 1o. de febrero de 1868 en
el edificio del Antiguo Colegio de San Ildefonso; su currícula se caracterizó
desde un principio tanto por el enciclopedismo como por su estricto apego al
método científico, como un medio para superar disputas estériles y conflictos
de carácter religioso, que tantos muertos habían ya generado desde que empezó
la lucha por la Independencia y aún antes.
La
pedagogía positivista y sus promotores, consideraban que era necesario enseñar
los métodos de experimentación y deducción a los mexicanos para que dejaran de
explicarse mágicamente el universo y la vida social. El hombre debía usar la
inteligencia para descubrir, mediante el método científico, las leyes generales
del mundo.
La
clasificación comtiana de las ciencias jerarquiza a éstas en un orden lógico
que va de las más abstractas a las más concretas y complejas, empezando por las
Matemáticas y terminando en la Sociología. Esta misma clasificación es
recomendada para aplicarse en el Plan de Estudios de la Preparatoria.
El
sistema positivista, aplicado a la educación, supone que cada ser humano en lo
particular reproduce la historia de la humanidad, por lo que, la mejor
educación será una aplicación inteligente de la ley de los tres estados,
dividiendo la vida humana escolar en infancia, adolescencia y juventud.
Durante
la primera etapa, la educación tendrá que ser informal y sistemática, para
sacar al niño de su etapa más primitiva y conducirlo con éxito a la segunda y
tercera, donde podrá asimilar conocimientos verdaderos basados en la ciencia.
El modelo pedagógico positivista fue tan exitoso, que su estructura básica
todavía se refleja en los programas y planes de estudio de las escuelas
mexicanas, incluyendo las controladas por el clero católico.
Dentro
del exitoso y omnipresente paradigma pedagógico positivista, brillaron con luz
propia expertos de muy diversas disciplinas que contribuyeron a desarrollar la
pedagogía mexicana; así, el médico Manuel Flores fue el primero en usar el
nuevo concepto en nuestro país al publicar su Tratado elemental de Pedagogía en
1887.
En
esta obra, el doctor Flores muestra la influencia de Spencer y Stuart Mill, con
cuyo auxilio expone las bases de la enseñanza objetiva basada en el
"realismo pedagógico", el cual debe poner en juego las facultades del
niño, desarrolladas mediante una educación física, moral e intelectual que
substituya los antiguos y bárbaros castigos corporales, fortaleciendo la
voluntad con medios adecuados y buenos fines.
Sin
embargo, el problema de la Pedagogía como disciplina, profesión, campo de
estudios y objeto teórico ya estaba en el ambiente educativo mexicano cuando
menos desde 1885, cuando en la Escuela Modelo de Orizaba, el profesor de origen
alemán Enrique Laubscher fundó una Academia para actualizar a profesores en
servicio, mediante un Programa de Ciencias Pedagógicas en donde se hacía una
introducción general a la Pedagogía, se conceptualizaban sus componentes
principales y se exponían los fundamentos de la enseñanza objetiva.
El
pedagogo suizo Enrique C. Rébsamen empezó sus disertaciones públicas ese mismo
año en Veracruz, a partir de la idea de que nuestro país necesitaba
consolidarse políticamente sobre la base de la unidad intelectual y moral.
Dividió a la Pedagogía en: general, histórica y práctica, y distinguió entre
educación e instrucción, entendiendo a ésta como simple adquisición de
conocimientos, mientras que aquella significa desarrollo gradual y progresivo
de las facultades humanas.
El
abogado veracruzano Carlos A. Carrillo es ampliamente conocido entre los
profesores mexicanos por sus constantes esfuerzos en favor de la educación
universal, la reforma escolar y el mejoramiento del pueblo por la escuela. El
maestro Carrillo fue traductor, publicista de las nuevas ideas educativas a
través de periódicos que él mismo fundó, profesor y funcionario.
El
abogado campechano don Joaquín Baranda fue otro educador destacado que, desde
diferentes posiciones tales como el Congreso, la Judicatura, el gobierno de su
Estado y la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, aplicó importantes
medidas para reorganizar el sistema educativo nacional, de las que podemos
destacar:
a)
Impulsó la instrucción primaria apoyando la formación de profesores;
b) Propuso que por ley, la educación básica
fuera obligatoria, gratuita y laica;
c) Convocó y financió los dos grandes
Congresos Pedagógicos del porfiriato, que definieron el rumbo de la política
educativa del momento.
Don
Justo Sierra Méndez, campechano y abogado también, dedicó su vida a tratar de
resolver algunos de los grandes problemas educativos de México; como diputado
propuso y defendió, hasta verlo convertido en leyes, el principio de la
enseñanza primaria obligatoria, gratuita y laica; como subsecretario de
Instrucción, presidió y orientó los dos Congresos Pedagógicos más importantes
del siglo pasado; como Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, logró la
creación de la Universidad Nacional de México, sin ningún nexo con la vieja
"Universidad" colonial, y con el apoyo académico de la moderna
Universidad de California en Berkeley.
Bibliografía: MARÍN, Alvaro. Historia de la Pedagogía en México. Editorial MARSAG. Serie de Pedagogía y Educación 1996.
http://grupos.geomundos.com/sociedad.universidades/mensaje-historiadelapedagogiaenmexico.html
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